¡Hail, Hail, Rock and Roll¡ (Parte 3 de 3)

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Tercera y última entrega de ¡Hail, Hail, Rock and Roll¡ un relato de ficción sobre este mundillo que os hará pasar un buen rato.

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El boca a boca y las llamadas telefónicas habían surtido efecto y la discoteca del polígono estaba a rebosar. Los integrantes de “Pepe Botella y los Etílicos” estaban literalmente alucinados, ante la afluencia de público. Si bien hay que señalar, que gran parte del estado de estupefacción en el que se encontraban, se debía a la cantidad de drogas, legales e ilegales, que habían ingerido durante las horas previas al concierto.

    A las 00 30 con cerca de dos horas de retraso y prescindiendo de chorradas como pruebas de sonido y afinación de instrumentos, los Etilicos daban su primer paso, hacia la tan ansiada gloria. El primer tema estuvo bastante bien. La banda, haciendo gala de su depuradísima técnica, consiguió sonar tal y como lo haría un disco de Iron Maiden, sometido al programa de centrigugado de una lavadora industrial.

    En la segunda canción, el  bateca del grupo, comenzo a tener serios problemas con un moscardón hiperdesarrollado, que se había colado en la actuación, sin lugar a dudas atraído por el olor a cannabis y sudor humano, que emanaba la sala. A medida que avanzaba la canción, las diferencias entre ambos se fueron incrementando paulatinamente, hasta el punto, de que en los últimos compases del tema, el grupo era incapaz de seguir el ritmo del enloquecido batería, cuyo único pensamiento para aquel entonces, se reducía a liquidar al jodido moscardón, fuese como fuese y cayese quien cayese . El bataca no tuvo un éxito total en sus planes, ya que si bien no consiguió eliminar al insecto, que esquivó el ataque con una hábil finta, casi lo logra con un pobre camarero que servía copas en la barra y que acabó ingresado en el hospital, por conmoción cerebral, como consecuencia del baquetazo recibido.

    A pesar de ello, el incidente no tuvo demasiada repercusión en el desarrollo del concierto. Los problemas comenzaron cuando “los Etílicos” decidieron destrozar “Simpathy for the devil” y para ello contaron con la inestimable colaboración de una pandilla de heavies y otra de punkies, que no dudaron en proclamar su entusiasmo a bofetada limpia. Un conocido crítico de la prensa local, resumió el concierto como «una reunión de orangutanes en celo, animada por una pandilla de tarados drogados. Después de lo que vi allí, me estoy replanteando mis perjuicios en contra de la pena de muerte.

    En la entrada del riff, Doc alcanzó la cumbre de su carrera como guitarrista. Se lanzó a la faena, con el empeño y talento propios de un burro en celo. Ejecutaba las notas, en el sentido literal de la palabra y los efectos sobre el público, se hicieron notar de inmediato. La inmensa mayoría de la gente procedió a taparse los oídos, en un vano intento por librarse de aquel ruído, que amenazaba con destrozarle los tímpanos. El resto tiraba mecheros y botellas sobre el escenario.

    Todo habría quedado en una mera anécdota, si en el momento en que Doc se ensañaba con las cuerdas de la guitarra, no le hubiese parecido ver a Raquel, ligando con un tío, cuando lo que en realidad hacía era pedirle fuego a un conocido decorador local y  famoso activista gay. Sea como fuere, ese hecho sirvió para cambiar el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Doc, guitarra en mano, se abalanzó sobre el público con un estilo, que si bien no era tan depurado como el de Peter Gabriel, se mostró tremendamente  efectivo, gracias a su perfecta imitación del impacto de una catapulta. Como consecuencia de este primer ataque, tres personas quedaron tendidas en el suelo, entre ellas, el relaciones públicas de la sala, que acababa de pagarles la actuación.

    El asunto no quedó ahí. En aquel momento el moscardón dió por terminada la frágil tregua que mantenía con el bataca de «los etílicos» y se lanzó de nuevo a la carga, con más rabia incluso que antes.

    El encargado de abrir el tercer frente, fué Fran, que entró en liza con la pandilla punk, que vencedora de su enfrentamiento con los heavies, buscaba nuevos pastos y había encontrado en el saxofonista, una excusa tan buena, como cualquier otra. Consciente de su inferioridad numérica y de que no hay mejor defensa, que un buen ataque, Fran demostró sus amplios conocimientos de estrategia militar y lanzó contra ellos toda su furia, consistente en dos amplificadores y un micrófono.

    Los punks respondieron e intentaron subir al escenario, pero Fran consiguió detener el asalto, parapetándose detrás de unas cajas y arrojándoles cualquier objeto, que se pusiese a su alcance.

    El más contento era el batería, que por fin había logrado acabar con el moscardón, gracias a la inestimable colaboración de un vaso de whisky, y dándose cuenta de cual era la situación, procedió a imitar al bajista e inició una rápida carrera hacia la puerta de salida, que también llevaba a una vida más larga.   

    Doc por su parte, asumió su responsabilidad como líder de la banda y empuñando su guitarra a modo de guadaña, empezó a abrirse paso hacia Raquel. La intensidad del ataque sembró el caos entre los presentes, que no obstante, demostraron poseer un amplio conocimiento de la máxima napoleónica, de que una retirada a tiempo es una victoria, y procedíieron a replegarse, buscando desesperadamente las salidas de emergencia.

     Casi había logrado llegar al rincón, en el que se encontraba Raquel, cuando esta, gracias a un rápido movimiento, consiguió escapar en dirección a la escalera que llevaba a las luces instaladas en el techo. No sirvió de nada, Doc la había visto y se acercaba hacia ella. Sin dudarlo un instante, Raquel subió los peldaños y una vez arriba, se encaramó a cuatro patas, a la estrecha estructura de aluminio, que sostenía los focos y empezó a cruzarla, hasta quedar justo encima de la multitud de personas. El espectáculo, digno del mejor circo del mundo, ejerció un benéfico y tranquilizante efecto en los ánimos del público, incluyendo a la pandilla de punks, que en aquel momento desencadenaban la ofensiva final, contra los restos del teclado, tras el cual se parapetaba Fran. Sin embargo, tuvo el efecto contrario en Doc, que sufrió lo que los expertos en enfermedades mentales denominan el “Síndrome del semáforo´”. Se puso rojo, luego amarillo y cuando pasó al  verde, arrancó a una velocidad digna de un atleta profesional. Subió la escalera y en un periquete estaba sobre la estructura horizontal, unos siete metros por encima del público, mientras aullaba como un poseso, que a él nadie le ponía los cuernos y que primero la mataría a ella y luego se mataría él; o mejor aun, que primero se mataría él y luego resucitaría para matarla a ella. Un lastimero ¡Ohhh¡ brotó de las gargantas del público. 

    Raquel, que era incapaz de comprender los complejos mecanismos de la mente de Doc, acertó a decir, que ella nunca había hecho nada parecido y lo dijo en un tono tan cursi y sensiblero, que alguno de los presentes, no pudo evitar derramar una lágrima.

    La última frase había sido un golpe bajo para Doc, que no se esperaba, de ninguna manera. Olvidando donde estaba y completamente ciego, ya que en la subida había perdido las gafas, echó a correr en dirección a Raquel; gritando que la perdonaba y que él también la quería. Fué una lástima que enganchase su pié izquierdo, en uno de los cables eléctricos, que alimentaban las luces. Como consecuencia del tropezón, Doc cayó al vacío. Sin embargo y demostrando unos reflejos increíbles, para una persona con su nivel de miopía, consiguió agarrarse al cable, con él que había tropezado. Así, que mientras el cable colgaba en forma de U, a unos 4 metros de altura, Doc sujeto a él, disfrutaba de una panorámica excelsa, de las bragas con conejitos de Raquel. En ese momento, se demostró la importancia de las clases de electricidad en el instituto, a las que Doc tan poco había asistido. Doc pensó que si cortaba el cable con su navaja, podría descender más rápidamente. Sin embargo, su intrepido plan de boy-scout, no tuvo el éxito esperado. Fundamentalmente, por el desconocimiento que tenía Doc, de los efectos que podía ocasionar 20.000 watios en caída libre. Doc agarrado a uno de los extremos del cable, en medio de una lluvia de chispas y aullando de dolor, se balanceó de un extremo a otro del local, ocasionando un reguero de víctimas a su paso.

    Fué una suerte que Doc soltara el cable en el último segundo. El choque contra el escenario fué duro. Pero también la vida era muy dura. Raquel le miraba desde la puerta del local. Pero ahora sabía lo que tenía que hacer. Él no se podía permitir el lujo de ser tierno, ni de tener una familia. El rock and roll era una amante muy posesiva y él estaba por entero, dedicado a la causa. Encendió un cigarrillo, pasó al lado de un grupo de supervivientes, miró a Raquel por última vez y salió a la calle. Hacia una noche estupenda.

Relato de Ricardo Canosa

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