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Tras seis años de espera, la banda de Chicago regresa con un álbum más directo y poderoso que nunca. Descubre por qué XXII es una obra maestra del death metal melancólico.

Novembers Doom, maestros del death metal melancólico y progresivo de Chicago, operan bajo la cubierta de la oscuridad. No son una banda desconocida, pero siempre han mantenido una trayectoria propia, un viaje agridulce e incesante.

XXII, su duodécimo álbum de larga duración, llega seis años después de «Nephilim Grove». Si bien su sonido característico permanece, se percibe una evolución sutil pero significativa.

Situados entre el tumulto gótico de Paradise Lost en su mejor momento y el progresivo metal de Opeth de finales de los 90, Novembers Doom ha pulido su fórmula original durante más de 30 años. Los fans esperan perfección sonora y atmosférica, y eso es precisamente lo que ofrece este álbum.

A diferencia de la mayoría de sus trabajos de la última década, XXII se sumerge en la oscuridad con menos misterio y más fuerza compositiva, recordando a clásicos tempranos como «Of Sculptured Ivy and Stone Flowers» y «The Pale Haunt Departure».

Esto no significa un retroceso. Desde los primeros acordes de la canción homónima, se nota una banda más segura y carismática. La precisión ha dado al quinteto una energía renovada y claridad expresiva. Las canciones son poderosas y directas, con atmósferas diseñadas para maximizar el impacto.

Un sonido imponente y directo

El álbum suena vasto e imponente. La canción titular establece el nuevo estándar. Con melodías estridentes y la hermosa voz de Paul Kuhr, extrae intriga de lo directo y contundente.

Novembers Doom crea música épica: grandes riffs y grooves que se desarrollan a paso medio, musculosos y maduros, pero a la vez elegantes y enigmáticos. La agresión aumenta en «The Howling Void», una canción de death metal sofisticada con una melodía refinada y la potente voz de Kuhr.

«The Letting Go» bebe del metal gótico, pero entrega su tristeza con fuerza y dinamismo. La voz limpia de Kuhr sigue creciendo en estatura y encanto. «The Serpent’s Kiss» es un tema gótico robusto, con riffs que resaltan una melodía que captura la habilidad de la banda para clavar sus garras melódicas.

«The Great Collapse» destaca con un riff central que erupciona como magma. A pesar de su atmósfera sombría, las canciones son más edificantes que opresivas. La canción final, «The Silent Watcher», aunque similar a otras, presenta matices únicos.

La mezcla de lo familiar (se siente la influencia de Iron Maiden en sus melodías de guitarra) y lo nuevo hace que XXII termine como comenzó: con una declaración audaz de intenciones sinceras y sustanciales.

Novembers Doom, una banda que se acerca a la magnitud creativa que ansía, sigue siendo una propuesta seria y satisfactoria.

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